Calaveras
El origen de la Noche de las Ánimas
La Noche de las ánimas no se entiende sin el germen de la tradición, el vaciado de las calabazas. A estas se les practicaba unos orificios con forma de ojos, nariz y boca con dientes puntiagudos, y que con una vela dentro, servían para asustar a los vivos y a los muertos. A los vivos porque su visión nos producía escalofríos, y a los muertos porque, en origen, las calaveras se colocaban en las ventanas y las puertas no para asustar a las personas, si no para que las ánimas pasaran de largo al pensar que esa casa ya estaba ‘dominada’ por una ‘almeta’ o un ‘totón’. Para la antropóloga Josefina Roma, en su charla en el año 2005 nos dijo que «las calaveras lumínicas guían en el tránsito a las almas de los difuntos que pasan por los pueblos en ese día«.
A continuación reproducimos dos textos que hacen referencia a esta antigua tradición.
Rafael Andolz recoge el testimonio de esta costumbre en su libro ‘La muerte en el alto Aragón’: «los mozos mayores ponían en el campanario y por las esquinas de las calles unas calaveras para asustar a los pequeños y a las mozas. Se trataba de media calabaza ahuecada […]. Dentro, colocaban una vela encendida cuyo resplandor salía por los orificios de la calavera y su visión nos producía escalofríos».
Otro testimonio de Todos los Santos y calaveras lo recoge Chesús de Mostolay en el libro ‘Acordanzas de San Pelegrín’ donde Pascual Grasa recuerda: «Y resulta qu’una bez, o padre d’iste Rafael Ayerbe Santaolaria […], pos resulta que como sabeba que o cura sobiba á fer misa por a noche, por a tarde á zaguer ora ta San Pelegrín, pos allí n’o ziminterio Radiquero, que teneba que pasar por alante, ba y me le casca no sé si una calabera u no sé qué pa espantar-lo, pa fer´-le miedo, y iz que llegó allí o cura y, ¡plaf!, iz que le cascó un ganchazo que lo mandó to aquello á cascar-la quemisió t’ande».
Ángeles Bentué Lascorz, ya fallecida, nos contaba dos historias que ella escuchó siendo niña:
“Un año para Todos los Santos y antes de la Guerra, bajaba el cura de Radiquero desde San Pelegrín, ya que había tenido que subir a rezar el Rosario. Como tenía que pasar por delante del cementerio, unos cuantos críos del pueblo fueron a gastarle una broma. Colocaron muchas calabazas con una vela encendida a lo largo de toda la pared del cementerio. También se escondieron para hacer ruidos en el momento de llegada del párroco. Pero los resultados no fueron los esperados. El cura llegó con mucha tranquilidad. Sin prisas, entró en el cementerio, cogió dos calabazas y continuó el camino hasta la abadía. Al día siguiente el cura les preguntaba a los críos y con tono irónico, si habían perdido dos calabazas. El cura se llamaba Vicente Opí, quien estuvo más tarde de párroco en Nocito«.
«A los críos, cuando iban a la cama esa noche de Todos los Santos, les decían que en cada rincón de la alcoba había una almeta que los vigilaba. Los niños pasaban mucho miedo y se tapaban con las sábanas hasta la nariz.«
Cómo hacer tu calavera

1 calabaza. Debe ser lo más gorda posible. Cualquier tipo de calabaza es útil.
1 cuchara o cucharón.
1 navaja o cuchillo.
1 vela tipo «candil»

Cortar la calabaza a la longitud que se desee, en el caso de que sea alargada. Si es redonda, se hará un orificio circular en la parte inferior, con un tamaño suficiente para que quepa la mano.

Cortamos una rodaja de unos 2 ó 3 cm. que reservaremos para que nos sirva de soporte de la vela. ¡No vacíes la rodaja!

Con la cuchara o cucharón le sacaremos a la calabaza todas las «tripas».

Una vez limpio el interior, se cortará la corteza para hacer los ojos y la boca. Cuanto más fea quede la calavera, mejor, ya que así dará más miedo.

Pon tu vela en la rodaja que previamente has reservado y cúbrela con ru «calavera». Ya se puede encender la vela, colocando la calabaza en lugares estratégicos para que provoque el máximo miedo posible.